miércoles, 20 de noviembre de 2013

Terapia

Sólo es un torbellino de sensaciones, imágenes que parecen claras de forma abstracta, y que sin embargo se tornan absolutamente ininteligibles cuando trato de pronunciarlas, dijo Sam ante la insistente y muda mirada de su terapeuta. Esperó un par de segundos con la esperanza de obtener alguna respuesta por su parte, pero ante la falta de objeción o pregunta alguna, continuó con su discurso. No sé, quizás usted no entienda a qué me refiero… y tampoco me extrañaría, la verdad, nadie lo hace a pesar de que intento comunicarme, tal y como usted mismo me ha ido indicando en todo este tiempo. Bueno, en realidad creo que sí tiene una ligera idea de lo que hablo, pero tampoco es del todo consciente de mi problema, ¿verdad? El hombre de rostro lampiño y cejas caídas que observaba cada sílaba que salía de la boca de Sam, sonrío leve y contenidamente, como queriendo hacer honor a una respetabilidad austera y vetusta que se había ganado con el paso de los años. El problema es que no hay ningún problema, dijo con la voz firme y melódica que lo caracterizada, mientras Sam movía y cruzada sus piernas sobre la butaca de piel azul. ¿Cómo que no?, alegó ella, es mi problema lo que me trae aquí cada semana, ¿lo recuerda? Son mis ganas de decir lo que veo sin llegar jamás a encontrar la palabra exacta, esta maldita incertidumbre que genera unas ganas irrefrenables de abrir la ventana y saltar, sin importarme qué piense nadie, replicó exaltada. Vive en un bajo, Señorita Aniston, le respondió su contertulio de manera burlona y paternal, ¿Y qué? Podría subir ahora mismo a la azotea del estúpido edificio donde tiene su estúpida consulta y saltar, al vacío, desde los ocho pisos que me separarían de él.

De acuerdo, prosiguió él, hágalo, salga, tome el ascensor, pulse el botón, llegue a la azotea ¡le puedo dar hasta las llaves! y salte. Hágalo, y ¿después, qué? Sam detuvo el movimiento incesante de sus piernas y reposó la cabeza ladeándola sobre el respaldo del sillón. Después nada, dijo dejando caer los párpados de sus ojos de manera lenta y controlada, nada de nada en la más absoluta de las nadas. Él la observó de nuevo buscando una mirada que resultaba siempre escurridiza y continuó hablando. Esa es la cuestión, Sam, deja que ahora te llame Sam, que una vez resuelto el problema inexistente que tienes, lo demás será nada, ausencia de palabras impronunciables, de terapias, de charlas que no te dejan nunca satisfecha; una vez colmadas esas ganas de saltar, se acabó. Adiós a la esperanza de encontrar letras para describir tu torbellino, a tus ansias metódicas de experimentar que los demás te entiendan, adiós a ti misma y a este todo que conformas y del que eres incapaz de deshacerte. 

Ella se mordió el labio inferior, esbozando una suerte de esquiva mueca irónica, y rió. ¿Y si quiero renunciar al todo a cambio de la nada? Susurró. ¿Quieres? preguntó el Señor Pattinson. Quiero la nada dentro de mi todo, sentir la caída hacia el vació sin el dolor de estrellarme. El todo, el punto de visión del universo, la nada contenida en el ser que no deja nunca de intentar no ser, quiero que pare el dolor de cabeza pero que su calma no me consuma. Quiero el todo en la nada, y la nada en el todo. Ya lo sabe… Se generó entonces un silencio conocido, un eco entre las paredes de aquella sala cubierta por papel de tonos aguados, madera de nogal y sillones de piel, un resplandor cotidiano bajo la luz tenue de finales de diciembre, condensando un frío aterrador que mordía desde el exterior. Los lugares comunes que, sin serlo en el sentido estricto, conforman la inevitable existencia. ¿Nos vemos el próximo miércoles? dijo ella antes de reposar su magullada mano sobre el pomo de la puerta. Por supuesto, Señorita Aniston. Descanse. 




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